La identidad que viene del ocio
Todavía queda mucha gente que considera el trabajo como la base decisiva de la identidad. La contemporaneidad, sin embargo, desmiente esta vieja creencia. El trabajo profesional ha ido descaracterizándose y el ocio, por el contrario, cargándose de elementos dispuestos a definirnos.
Ni la casa, ni la pareja, el coche o el reloj son, como antes, para toda la vida. Tampoco la dedicación profesional que, entre otras cosas, nace de una titulación aplicable a tareas variopintas o todavía por pintar. No nos hacemos una identidad mediante el trabajo porque el trabajo o nos disfraza una y otra vez en sus diferentes versiones o nos resbala.
Bajo la apariencia de una profesionalidad circunstancial no se construye la identidad sino, más o menos, en el territorio del tiempo libre. Libre también para ser a voluntad. De hecho, esta ha sido la respuesta del 88% de los jóvenes españoles e italianos encuestados por la empresa Synovate con implantación en 54 países y tras realizar su último estudio sobre identidad en 11 naciones europeas.
En el ocio, a través de las elecciones musicales o de ropas, la preferencia de ídolos y marcas, la elección de parajes, videojuegos y viajes, se conforman tribus y tipos. El trabajo resulta o demasiado abrumador, explotador, voluble o poco importante para esperar la denominación de él.
El mundo alternativo al laboral, el universo del consumo y su tiempo libre se encarga de trazar la silueta de ciudadanos/consumidores y no en el negativo sentido de su enajenación sino en el serio significado de su definición.
El que quiera entender que entienda.
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